Infancia dispersa: la atención en riesgo

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Cada vez con más frecuencia escucho a padres y maestros decir: “no me pone atención”, “se distrae en todo”, “parece que nada le interesa”. Y es cierto: vivimos un tiempo en el que la capacidad de concentración en niños, niñas y adolescentes se reduce de forma significativa. No se trata de una moda ni de una exageración, sino de un fenómeno que golpea de frente a esta generación.

Las pantallas, la inmediatez y la constante sobrecarga de estímulos han fragmentado la atención. La mente infantil, que antes podía sostener el hilo de un cuento o una conversación prolongada, hoy se rompe con facilidad ante la mínima interrupción. Esta reducción en el espectro atencional no es inocua: afecta el aprendizaje, las relaciones y la forma en que se construye la identidad.

La psicología nos enseña que la atención es mucho más que “poner los ojos en algo”; es la base de la memoria, la comprensión y el vínculo humano. Boris Cyrulnik advertía que para desarrollar resiliencia, un niño necesita alguien que le mire con calma y le escuche con paciencia. Si esa mirada está distraída o acelerada, el desarrollo emocional se ve empobrecido.

Por otro lado, Juan Jacobo Rousseau recordaba en El Emilio que el niño aprende mejor en contacto con lo real, con lo que puede explorar y tocar. Hoy, la educación compite con pantallas que ofrecen gratificación inmediata y hacen que lo profundo pierda terreno frente a lo rápido.

💡 ¿Qué podemos hacer frente a este desafío?

Recuperar momentos sin pantallas, donde la conversación y el juego marquen el ritmo.

Establecer rutinas claras que ayuden al cerebro a organizarse.

Fomentar actividades que exijan paciencia: leer juntos, armar un rompecabezas, cocinar en familia.

Validar la frustración, pero también enseñar a sostenerla: no todo debe resolverse en segundos.

El reto no es solo escolar, es humano. Si queremos generaciones capaces de pensar, amar y crear, debemos devolverle valor a la atención. Porque educar no es solo transmitir información: es acompañar a un niño a mirar el mundo sin prisas, con el tiempo suficiente para encontrarle sentido.

Y tal vez ahí está la clave: no se trata de forzar la concentración, sino de ofrecer un entorno donde valga la pena prestarla. __@eder.psicologo

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