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Parte 3: Amor, Dolor y la Búsqueda de Liberación

Hemos venido analizando Travesuras de la niña mala (2006), del eterno Mario Vargas Llosa, que nos dejó en 2025. Seguimos con la mirada en cómo se enciende el amor entre Ricardo Somocurcio y la niña mala dejando un relámpago que ilumina el Perú de los 50-80, un país que sangra por sus fracturas, pero sueña con un destino distinto.

La primera parte desentraño la obsesión de Ricardo; la segunda, la autonomía de la niña mala. Ahora, su relación, un huracán de pasión y desencanto, encarna la lucha de un Perú que busca liberarse. Vargas Llosa, que en 1990 soñó con un Perú unido como candidato presidencial, volcó en Ricardo la esperanza de un ideal y en la niña mala el vértigo de un pueblo entre tradición y violencia. Su amor, como el país, arde entre la fiebre del deseo y la urgencia de sanar.

La novela es un tejido analogico en la posibilidad de contemplar a un pais con dos amantes, cada herida, cada caida en un vertiginoso vaiven que dificilemente se puede dilucidar por si solo.

Emocionalmente, Ricardo el protagonista se consume en un ciclo de deseo y desgarro, incapaz de separar el sexo del amor, como clama la novela: “El secreto de la felicidad, o, por lo menos, de la tranquilidad, es saber separar el sexo del amor”. La niña mala, con el sexo como armadura, defiende su libertad, pero su frialdad deja un vacío, como el Perú que anhela cambio pero teme perder su alma. Ricardo, forjado en un Miraflores de sueños juveniles, ve el amor como un refugio; la niña mala, marcada por carencias, lo siente como una trampa, reflejando un país partido entre promesas y cenizas.

En el contexto histórico —Sendero Luminoso, que emula la lucha por parar las represión, desigualdades— forja sus almas. Las guerrillas, inflamadas por ideales revolucionarios, prometen liberación pero derraman sangre, como la pasión de los amantes, que brilla pero lacera.

Las normas latinoamericanas, que exigen amor como sacrificio, fidelidad como principio, avivan el tormento de Ricardo, mientras ella desafía el patriarcado, aunque su pragmatismo refleja el desarraigo de un Perú en crisis. El Perú de hoy, con su esplendor económico y heridas abiertas, lleva el eco de estas luchas, buscando su lugar en un mundo globalizado. Su relación, con destellos de unión y abismos de desencanto, retumba como las calles peruanas, donde el clamor por justicia se funde con el estruendo de las bombas, donde como la niña mala, el Perú tiene una capacidad de sobrevivencia que desafía las adversidades.

Desde la psicología, el psicoanalista inglés John Bowlby notable por su interés en el desarrollo infantil y sus pioneros trabajos sobre la teoría del apego. Acuñó el apego ansioso al que podriamos hacer referencia en la personalidad de Ricardo y el esquivo en la niña mala revelando el amor desde su vivencia como trampa o salvación. Él aprende a vivir con su amor roto, como el país que lo vio nacer que, entre cenizas, busca sobrevivir a un futuro incierto. Cediendo una y otra vez en busca del anhelo de que se puede cambiar.

La sublimación, transformando el dolor en crecimiento, los guía. Vargas Llosa, con su pluma que aún resuena, pregunta: ¿Puede el amor, como la liberación de un país, sanar sin destruir? ¿Puede acaso conciliar los opuestos que lo unen?

Su legado, tras su muerte, nos deja un Perú que, como sus amantes, anhela un equilibrio entre el incendio del deseo y la paz que como brisa fresca busca el cambio.

DZ